viernes, 29 de octubre de 2010

FELIZ CUMPLEAÑOS D10S

Porque nos diste mucho, porque no tenemos forma de devolvertelo, FELIZ CUMPLEAÑOS D10S.-

ME VAN A TENER QUE DISCULPAR (Eduardo Sacheri.-)

Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, siempre con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo.


Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica.

Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome.

No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa.

No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche.

El no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle.

Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para enzalzarlo hasta la estratosfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto.

Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna sandez al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones.

Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las ínfimas traiciones tan propias de nosotros los mortales.

Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones.

Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos.

Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedamos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros».

Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol.

Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio.

Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeas porque sabes que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros.

Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante.

Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla.
Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo
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Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable.

Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria.

viernes, 22 de octubre de 2010

Ahora el culpable es el creativo.-

La película no se termina, el partido de River versus el combinado mendocino Godoy Cruz ha tenido una duración extra en lo que va de la semana, todavía siguen resonando las declaraciones posteriores de los protagonistas y también de los que no lo fueron, por esa patada descalificadora que le proporcionó Curbelo al pibe de River Erik Lamela.
Miles han sido las declaraciones que hemos escuchado, cientos de opiniones han salido a la luz, cada una con su tinte, con su perspectiva, alienándose del lado del pibe o matándolo por mostrar la herida que le dejó esa desafortunada jugada.
Tal vez la situación se magnifico, es cierto, tal vez tomo un valor agregado que no tendría que haber tomado, pero las repercusiones aun siguen dando que hablar, tal vez por lo que significa River, tal vez porque se trató de un Pibe que recién esta dando sus primeros pasos en el mundo del futbol de primera, y también porque no, por la forma en la que se dió el desenlace del encuentro, con ese fallo del encargado de impartir justicia, Federico Beligoy, que sancionó una mano inexistente del mellizo Funes Mori, cuando este convertía en la jugada del final.-
Ahora muchos integrantes del medio futbolístico han salido a declarar, muchos a tildar al Pibe Lamela de poco hombre, de cobarde, de “nena”.
Muchos dicen que no tendría que haberse mostrado en una foto, exhibiendo la herida post patada criminal. Veron, Ortigoza, Ramirez, y hasta Cahais, lo criticaron.-
Ahora lo que yo me pregunto, y sigo analizando es si esta bien en caerle a Lamela porque el se mostró en una foto con su herida.-
Ahora el culpable es Lamela, el habilidoso que intenta jugar, el que colabora con el espectáculo, el que le pone alegría al juego. Ahora el canalla es Coco, que solo intenta tocar y crear, pisar la pelota con galera y bastón. Ahora el malo de la película es el que le pone el condimento distinto al juego y no el que trata de destruirlo utilizando acciones desmedidas, el que pega una patada descalificante, el que pone en riesgo la aptitud física de un colega, el que deja una pierna sangrando y ni pide disculpas.-
Será que vivimos en el mundo del revés, que clase de códigos estamos defendiendo? Ahora caen todos sobre Lamela, pero nadie dice nada del que pega, del que hace tiempo en cada jugada, del que vive protestando por una tarjeta, del que le trabaja el oído al arbitro. Nadie se opone ni dice nada sobre estas patrañas.
Será que nuestro futbol se encuentra en estado deplorable, contaminado, deteriorado porque así son los jugadores, y el ambiente, se defiende al que pega, y se ataca al que juega, y en esto también incluyo a los árbitros.-
Y esta cuestión va mas allá de lo estrictamente futbolístico, es además una cuestión de principios, de ética, no se trata de si se juega con tres atrás, o con enganche o doble cinco, se trata de lo que esta bien y lo que esta mal, de lo que se debe hacer y de lo que no. De juzgar al verdadero culpable, no de caerle encima al que realmente salio perjudicado.-
Reflexionemos, tal vez podemos pensar que se magnifico la cuestión, esta bien, pero de ahí a que se trate de cobarde, se tilde poco hombre a quien verdaderamente resulto perjudicado, no me parece lo correcto.-
No creo tampoco que el que más pega sea más hombre. Creo por el contrario que es mas hombre el que intenta cosas distintas, el que arriesga un taco o un enganche en el área, el que intenta pisarla para salir jugando, no así el que mas fuerte pega muchachos.-
Sigamos pensando de esa manera, cada uno tiene el derecho de hacerlo, pero asi nuestro futbol no progresará, hoy el culpable (según veron, Ramírez, ortigoza y algun otro) es Lamela, culpable por querer jugar al futbol, culpable por intentar crear.-

martes, 19 de octubre de 2010

La llama nunca se apagó.-

Nos inclinamos nuevamente a la escritura, hemos decidido volver, intentar retomar el camino que nos apasiona, que nos vuelve la sangre al cuerpo, que hace latir fuerte nuestro corazón, porque nosotros sin esto estamos vacíos, porque cuando no nos expresamos y damos a conocer nuestros sentimientos nos queda un espacio sin ocupar.

Sin más vueltas introductorias hacemos un breve resumen sin orden cronológico en lo que ha ocurrido durante nuestro receso.

Obviamente han pasado cosas importantes y cosas que nos apenan y nos hacen doler ojos y corazón. Pues entonces comenzaremos con las últimas, esas que nos ahogan, que nos raspan nuestra piel para poder terminar esta nota con el más satisfactorio de los sucesos.

Aquello que mas me duele, lo que mas me avergüenza, es el fútbol nacional, el pobre y triste “deporte nacional”, tan abandonado, tan tirado a menos, con tan poco valor en la actualidad. Corrió ya mas de mitad de campeonato ¿alguno de los equipos grandes batallando? Para nada, Boca, sube y baja, no encuentra estabilidad ni juego, poco brillo en lo que va del campeonato; por ahora muy lejos, pero en este mediocre torneo todo puede suceder, mas aún teniendo en cuenta que recupera a su caudillo, Riquelme. ¿River? Sigue sin poder despegar, arrancó demostrando, y tratando de desarollar una idea, parecia que estaba para mas y de a poco se fue apagando. Como si fuera poco en algunos partidos se vio perjudicado por los arbitrajes, aunque no hubiera variado mucho su posición. Poco y nada para un equipo que apuntaba alto con la contratación de un técnico como Cappa y de Pavone y de Carrizo, y con la frescura de sus pibes. ¿El rojo? El diablo se quedo sin fuego, pobre y triste campaña, pese a volver a ganar el clásico de Avellaneda, no pudo demostrar lo que alguna vez fue el “paladar negro”, sin juego, sin goles y sin brillo. Con la valla mas vencida pese a tener 3 arqueros de jerarquía, esto demuestra su floja línea de mediocampo y defensa. TRISTE REALIDAD en Avellaneda. ¿Racing? Ni lindo, ni feo, ni regular. Aparece cuando se ahoga, pero solo para flotar un rato. Perdió el clásico que no gana desde el 2005, se alejo mucho de la punta y se dedica a pelear con la hinchada, flaco y flojo para un equipo que se armo en todas las líneas buscando un campeonato. En cuanto a San Lorenzo poco que contar, con bajo presupuesto, sin jugadores de jerarquía, sin líderes más que Romagnoli, el falcón de Ramón no puede más que aspirar a luchar por los puestos de mitad de tabla

Por ahora todo gris, poco fútbol y mucho barullo. Poco para lo que supo ser nuestro fútbol, obviamente esto remarca la falta de identidad de nuestro deporte nacional. Para salvar solo un par de cosas, Estudiantes nunca se hunde, Velez es un barrilete que parece estar tomando vuelo y Godoy demuestra que es el único interesado por tratar bien a la caprichosa.

Seguimos con el tenis, no mucho para contar, eliminación en la Davis Cup contra Francia en su casa, imposible, notablemente superiores, encendidos en llamas por completo. David y Mónaco poco pudieron hacer al igual que el dobles que siempre tuvo que remar el titanic con cucharitas de helado, despedida 0 – 5 y a casa a esperar lo que vendrá. Positivo, Juan Mónaco se recuperó de su lesión y escaló al puesto 25 la última semana, Del Potro volvió a las canchas.

El Voley, quizás del que menos esperábamos y el que más nos impactó. Vi la mayoría de los partidos, lo seguí, me emocioné y hasta insulté. Palmas para los muchachos de Weber que fueron a batallar con un promedio de 23 años a un mundial y se trajeron un 9no puesto. Les ganaron a rivales fuertes como Francia, España y Republica Checa. ¡Ojo que estos pibes prometen! Me la juego a que estén entre los mejores 4 en los próximos olímpicos. ¿Para destacar? El trabajo del DT primero, gran labor de Weber y su cuerpo técnico, segundo la experiencia ganada por el equipo, tercero la solidez de De Ceco que se muestra como uno de los mejores armadores en proyección y último el terrible despliegue del joven Conte. Mucho para trabajar pero buen material para hacerlo, se puede ser potencia en unos años y eso entusiasma.

¡Ah, me olvidaba! ¿Saben quién ganó ese mundial? Si, nuevamente Brasil.

De nuestro lado nada mas muchachos, queda mucho por suceder en este año deportivo y esperamos que sigan a nuestro lado, tocando la pelota y corriendo para buscar nuestra devolución. Esperamos repercusiones como siempre, ¡salud por nuestro regreso a la cancha!